Chardonnay, la reina blanca

Por Verónica Gurisatti, sommelier.

Cuando Argentina era la dueña del récord de consumo de vinos per cápita del mundo, la mayoría prefería blancos, pero aquella época no tenía nada que ver con esta en cuanto a calidad porque sólo estaban concebidos desde la cantidad con uvas Torrontés, Chenín y Semillón. El verdadero desarrollo de los vinos blancos premium argentinos comenzó con la Chardonnay y el paso fundamental lo dio la bodega Catena Zapata cuando consideró que sus blancos mendocinos podían competir con los de Francia y Estados Unidos.

Entonces contrató al gran winemaker norteamericano Paul Hobbs, importó las primeras barricas nuevas de roble francés y americano e inició el camino hacia la calidad y la transición que por suerte continúa hasta el día de hoy. Así fue como los primeros Catena Alta Chardonnay concebidos en los 90 con uvas de Agrelo, sorprendieron al mundo entero tanto por su origen como por su estilo y calidad. Luego con el tiempo se fueron sumando nuevas regiones, tecnología de punta y modernas técnicas de vinificación.

La Chardonnay es la uva blanca más señorial, prestigiosa y bebida del mundo y aunque es originaria de la Borgoña francesa, se adaptó con excelentes resultados a muy distintos climas, desde la Champagne hasta EE.UU., Australia, Chile, Argentina y Sudáfrica. En nuestro país es muy apreciada por su capacidad de madurar muy bien y producir una amplia gama de vinos que van desde las bases para espumantes hasta los corpulentos varietales fermentados en barricas de roble, pasando por los frescos y elegantes vinos sin madera.

Hoy es la tercera uva blanca más plantada, después de la Pedro Giménez y el Torrontés Riojano y las mejores zonas para su cultivo están en Tupungato (Valle de Uco), Maipú, Agrelo y San Rafael, en Mendoza, pero también en el Alto Valle del Río Negro, en la Patagonia. Sus características aromáticas más frecuentes son las frutas tropicales, los cítricos, la miel, la manteca fresca y a veces las notas florales como la acacia o el azahar, todo depende de si el Chardonnay creció en zonas frías, cómo estaba el suelo y cómo fue elaborado.

¿Por qué siempre se destaca y logra trascender? Una de las claves de su éxito y algo muy importante de esta variedad es su versatilidad para crecer en los más diversos tipos de climas y suelos, desde Mendoza, Salta o San Patricio del Chañar hasta Napa Valley, el Maipo chileno o la Borgoña; siempre se adapta al terroir y entrega además de sus tradicionales notas frutadas y amieladas, aromas típicos del lugar. Además, es el varietal blanco más exportado y casi duplica en volumen al segundo, el Torrontés.

Si bien es cierto que en el transcurso de los últimos años creció la oferta de etiquetas premium y mejoró notablemente la calidad de todos los blancos de precio medio, durante mucho tiempo la Chardonnay cayó en modas como la sobremaduración y la maderización, lo que dio como resultado vinos chatos, pesados y sin frescura, pero eso fue cambiando y hoy, trabajado con cuidado y dedicación, es un cepaje que da varietales con cuerpo, volumen, mineralidad y una personalidad propia capaz de expresar su origen.

Por eso, dado su amplio espectro de aromas y estilos, desde la austeridad acerada de los climas fríos hasta la exuberancia tropical, existe prácticamente un Chardonnay para cada ocasión y en su mayoría son soberbios con carnes blancas asadas tanto de aves como de pescados y quesos blandos. Además, un Chardonnay de máxima calidad como Famiglia Bianchi, de aromas explosivos y sabores llenos y ricos, acompaña muy bien a los mariscos, los ahumados, el guacamole, las comidas picantes y las del sudeste asiático.